Barrio Judío de Brooklyn

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Antes de “fanatizarme” con la política, era fanático de las teologías: ¡el estudio de los dioses!  ¿Qué era lo que motivaba al ser humano a ser religioso, pero – sobre todo – a cómo el hombre “entendía” la religión que profesaba.  Cada quien se hacía una réplica a su manera.  Las reglas o postulados de cada religión eran manipuladas y “mutadas” de acuerdo a la “interpretación” o CONVENIENCIA de cada individuo, denominación o grupo.  En tal sentido, La Biblia (que está salpicada o “contaminada” por muchas versiones), se interpreta de acuerdo a cada secta.  Donde en una Biblia dice “Diego“, en la otra podría decir “Digo“... y así sucesivamente.   A pesar de que La Torah no menciona la fábula de la “vida eterna“, ellos – los judíos ortodoxos – creen en ella.
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En el barrio de Williamsburg, en Brooklyn, presenciamos uno de los contrastes más impactantes de Nueva York. Al norte del puente de Williamsburg, es la pura definición de hipster: tiendas, restaurantes, arte callejero, etc.  Pero en la parte sur encontramos un panorama muy distinto: el barrio judío de Williamsburg, un microcosmos cerrado que por un instante nos puso a dudar en cuanto a que si estábamos en la ciudad de los rascacielos.

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Hoy quiero despejar algunas dudas y contarles cómo visitar el barrio judío ortodoxo o ultraortodoxo de Williamsburg, ya sea por cuenta propia o en uno de los famosos tours de contrastes de Nueva York.

El primer contacto que muchos tenemos con el barrio judío de Brooklyn, incluso antes de conocerlo, es al ver por las calles o en el puente de Williamsburg a los judíos ultraortodoxos de la comunidad Satmar.   Sus vestimentas son inconfundibles: ellos, con túnicas negras, sombrero, largas barbas y tirabuzones; las mujeres, con ropa recatada, falda larga, medias tupidas: ¡y pelucas!

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Su apariencia es tan distinta al del resto de los neoyorquinos que, incluso en una ciudad donde cada quien interpreta la moda a su manera, seguro que en un primer momento te sorprenderán, igual que nos sorprendrió a Siomi y a mí. ¿Quiénes son estos personajes?

  • Los judíos ultraortodoxos de Williamsburg forman parte de la comunidad Satmar, uno de los mayores grupos del judaísmo jasídico y también uno de los más estrictos y alejados de la cultura moderna, con cierta similitud – en su estilo de vida – con los amish que visitaríamos más tarde.
  • En Brooklyn hay varios barrios judíos, pero los Satmar viven principalmente en este barrio y en Borough Park.
  • Esta comunidad se trasladó a Nueva York desde Hungría después de la Segunda Guerra Mundial y se instaló en el sur del barrio de Williamsburg.
  • En aquel momento, se trataba de una secta muy pequeña, pero creció tan rapidamente que pronto formó un barrio independiente del resto de Nueva York, con su propia red de comercios, escuelas, instituciones religiosas, etc.
  • El idioma principal de los Satmar es el yiddish, aunque también, cuando no les queda más remedio:  hablan inglés.
  • La calle principal del barrio judío de Williamsburg es Lee Avenue, aunque se extiende más allá, más o menos desde Division Avenue (norte) hasta Heyward Street (sur)

Adentrarte en el barrio judío de Williamsburg es como caminar por otra Nueva York: ¡por otro mundo!  Las calles tienen un aspecto desangelado, con fachadas viejas, ventanas con rejas y comercios austeros.  Es un sector un tanto horripilante… para nuestro gusto.   Por ellas transitan grupos de hombres y, por otro lado, mujeres rodeadas de niños. Durante buena parte del tiempo, viven en esferas separadas.

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Para entender un poco mejor esta otra realidad de Brooklyn, hay que pensar que la religión marca todos los aspectos de la vida de la comunidad judía Satmar.  La tradición sagrada se sigue al pie de la letra y los miembros de la comunidad rara vez interactúan con el exterior, hasta el punto de que, aunque podemos entrar o salir de él, el barrio es hermético y está apartado del día a día del resto de Nueva York.

Quizás lo más impactante del barrio judío de Brooklyn sean las mujeres, que reconocíamos por su ropa recatada.   Visten ropa oscura (las niñas son las únicas que llevan ropa de colores más vivos), con faldas por debajo de la rodilla, medias incluso en verano y jerséis o chaquetas sencillos y con manga hasta el codo.

Otro distintivo es que, como símbolo de modestia y para no mostrar algo que se considera íntimo o sensual, la mayoría de mujeres casadas se rapan el pelo y se cubren la cabeza con pelucas, sombreros y/o pañuelos.  Distinguimos enseguida las pelucas, llamadas sheitel, porque la mayoría son del mismo estilo y corte, muy elegantes.

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Aunque, más allá del aspecto, lo más impactante es que, en la comunidad Satmar, las mujeres juegan un papel muy importante pero limitado por todo tipo de restricciones, sobre todo si hay hombres presentes.  Se vuelcan en la religión, el hogar y la familia (que suele ser numerosa), pero, en algunos casos, también les corresponde mantener a su familia trabajando fuera de casa, para que así sus maridos puedan dedicarse al estudio de las escrituras sagradas.  Sin embargo, no se les permiten (con pocas excepciones) acceder a educación universitaria o superior.  Otro aspecto que nos llamó la atención de las mujeres del barrio judío de Williamsburg es que ellas, junto con las niñas, son las únicas que te miran abiertamente (los hombres lo evitan, en especial si eres mujer).

Seguramente se sientan tan sorprendidas como nosotros al ver cómo vestimos o cómo actuamos. No olvidemos que, aquí, los forasteros somos nosotros. Ellos también llaman la atención por su aspecto, marcado por la vestimenta oscura. Entre semana, llevan un traje largo llamado rekel y, durante el Sabbath, un abrigo de seda más elegante conocido como bekishe.

Algo muy característico es que, desde pequeños, los hombres se dejan crecer dos tirabuzones a ambos lados de la cabeza, los payot.  Los judíos ultraortodoxos se casan muy jóvenes (alrededor de los 18 – 20 años) y pronto comienzan a formar una familia que, en la mayoría de casos, será muy numerosa.

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No nos fue extraño ver a madres rodeadas de hasta 8 hijos y no hay mujer joven que no empuje un carrito de bebé.  De hecho, hay algo que nos impactó del barrio y es que a menudo se ven a niñas muy pequeñas, de 5 o 6 años, acompañando a sus hermanos bebés o de corta edad por la calle sin ningún adulto alrededor.

Los descendientes de estas familias numerosas continuarán con la tradición y, a su vez, mantendrán una tasa de natalidad elevada.   En Nueva York, los judíos se relacionan con el distrito de los diamantes y propiedades inmobiliarias. Quizás por eso, mucha gente supone que el barrio judío de Brooklyn es una zona acaudalada.  Y, aunque por supuesto hay familias ricas y propietarios que sacan tajada del boom inmobiliario de Williamsburg, buena parte de la comunidad vive en la frontera de la pobreza.

En muchos hogares, los hombres se dedican al estudio de la Torá y no han recibido suficiente educación secular como para incorporarse a puestos cualificados del mercado laboral.  Y las mujeres (que en otros aspectos son tan ignoradas) son la única fuente de ingresos para familias que, como hemos visto, pueden llegar a ser muy numerosas.

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Al pasearnos por las calles, a simple vista pudimos observar el estado de los edificios, de las instalaciones.   Lo más curioso es que, al contrario de la mayoría de los barrios humildes de Nueva York, en el sector judío ortodoxo el índice de criminalidad es bajo.  Fuera de él, el índice de crímenes violentos es uno de los más elevados de Estados Unidos.

Nos sorprendió ver cómo dejan carritos y juguetes en los callejones, sin nadie vigilando, pero la comunidad es tan cerrada que también en ese aspecto se crea un universo aislado, donde los vecinos se ayudan entre sí.

Claro que hay muchas “divisiones” de judíos.  Está el judaísmo ultraortodoxo (¿incluyendo al ortodoxo?), el reformista, el conservador, el secular y los pertenecientes a corrientes menores.  Esta página se la dedicaré al judaísmo ortodoxo o ultraortodoxo… que tal vez viene siendo lo mismo.
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Como he dicho: el pelo de la mujer judía ortodoxa, por ejemplo, es algo “erótico-pecaminoso”.  Las mujeres judías ortodoxas casadas  se rapan la cabeza para no atraer a los hombres y se cubren su calva con pelucas, pañuelos o sombreros.  Cuando era niño, recuerdo que las mujeres católicas no podía entrar a la iglesia sin cubrirse el cabello con un velo.  Esa práctica se perdió en el tiempo.  Sin embargo, hasta el día de hoy, las mujeres judías ortodoxas “denigran” de sus cabelleras y las reemplazan por pelucas, pañuelos o sombreros.
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Los judíos practicantes, ortodoxos o no, tienen prohibida la ingesta de muchos alimentos, algunos de ellos – como la carne de avestruz – altamente nutritiva y beneficiosas.  Entre las AVES que no pueden comer los judíos – ¡TODOS! – está el murciélago.
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En nuestro paso por la ciudad de Nueva York, durante nuestra II Luna de Miel, quisimos saborear un buen sandwich de pastrami y Google no llevó al barrio de Brooklyn, justo al corazón del barrio judío, saturado de “judíos ortodoxos”.  Por cierto, uno de los barrios más horripilantes de la ciuidad de Nueva York, pero – al mismo tiempo – más interesante y fascinante.  Las calles del barrio judío de Brooklyn están saturadas con judíos ortodoxos disfrazados con sobretodos, unas medias extrañas y unos sombreros que para nosotros son ridículos.  En el medio del verano, llevan esos largos sobretodos como si fuesen sotanas.  El viernes en la noche, a la caída del sol, comiensa el Sabbath y todos los varones están obligados a asistir a la sinagoga más cercana que no esté a más de 3 millas de distancia.  Deben caminar.  No pueden tomar un taxi o montar en una bicicleta.  Como las ciudades fueron creciendo, las sinagogas comenzaron a quedar a más de 3 millas de distancia.  En tal sentido, se inventaron una opción tremendamente práctica.  Colocaron un hilo de varias millas y mientras se camine por debajo de ese hilo, casi imperceptible, todo es “kosher”.   Las mujeres no están obligadas a asistir a la sinagoga.

El Judaísmo Ortodoxo

El judaísmo ortodoxo es una de las grandes ramas de la religión judía en la actualidad, junto con el judaísmo conservador o masortí y el judaísmo reformista. Se distingue de ellas por su adhesión rigurosa a la halajá. Carece de una autoridad doctrinal central permitiendo cierta variación en la práctica.

El judaísmo ortodoxo, por lo tanto, aboga por una estricta observancia de la ley judía, o halakha, que debe ser interpretada y determinada exclusivamente de acuerdo con los métodos tradicionales y en adhesión a la continuidad de los precedentes recibidos a través de los tiempos. Considera que todo el sistema halájico se basa en última instancia en una revelación inmutable y está más allá de la influencia externa. Las prácticas clave son la observancia del Sabbath, el consumo de kosher y el estudio de la Torá. Las doctrinas clave incluyen un futuro Mesías que restaurará la práctica judía mediante la construcción del templo en Jerusalén y la reunión de todos los judíos en Israel, la creencia en una futura resurrección corporal de los muertos, la recompensa y el castigo divinos para los justos y los pecadores.

El judaísmo ortodoxo no es una denominación centralizada. Las relaciones entre sus diferentes subgrupos son a veces tensas y los límites exactos de la ortodoxia están sujetos a un intenso debate. A grandes rasgos, puede dividirse entre el judaísmo ultraortodoxo o haredi, más conservador y recluido y el judaísmo ortodoxo moderno, relativamente abierto a la sociedad exterior. Cada uno de ellos está formado por comunidades independientes. En conjunto, son casi uniformemente excluyentes, considerando la ortodoxia no como una variedad del judaísmo, sino como el judaísmo mismo.

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Aunque se adhiere a las creencias tradicionales, el movimiento es un fenómeno moderno. Surgió como resultado de la destrucción de la comunidad judía autónoma desde el siglo XVIII y se conformó en gran medida por una lucha consciente contra las presiones de la secularización y las alternativas rivales. Los ortodoxos estrictamente observantes y con conciencia teológica son una clara minoría entre todos los judíos, pero también hay algunos semipracticantes y no practicantes que se afilian o identifican con la ortodoxia.​ Es el mayor grupo religioso judío, se calcula que tiene más de 2 millones de adeptos practicantes y al menos un número igual de miembros nominales.

De acuerdo a su actitud hacia la cultura contemporánea, el judaísmo ortodoxo se divide informalmente en judaísmo ortodoxo moderno, que busca adecuar hasta algún punto sus prácticas y estudios a la situación social contemporánea, aunque es firme con respecto a la halajá; el sionismo religioso, que liga el judaísmo ortodoxo con el sionismo; y el judaísmo haredí, que rechaza toda innovación que sus líderes consideren contraria al espíritu de la Torá.

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Las divisiones doctrinales en este sentido no se fijaron hasta alrededor del siglo XVIII, cuando, bajo el influjo de la Ilustración, ciertos sectores de la comunidad judía rechazaron la segregación impuesta por las prácticas religiosas convencionales y buscaron integrarse —pese al entonces dominante antisemitismo— en las comunidades nacionales, replanteando en términos muchas veces racionalistas las tradiciones y creencias religiosas. El rechazo a este movimiento definió la ortodoxia.  Judaísmo ortodoxo es un nombre creado en el siglo XIX para referirse al judaísmo tradicional en oposición a las nuevas corrientes que, bajo el discurso de la modernidad, ensayaron modos de separar al judaísmo de su histórica implicación práctica (conocida bajo el nombre de halajá).

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La razón por la que los judíos se llaman “judíos” es porque se consideran a sí mismo descendiente de Judá, hijo de Jacob, a su vez hijo de Isaac, quien era hijo de Abraham. Según la tradición monoteísta, el pueblo judío tiene su origen en Abraham, proveniente de Ur, siendo Abraham el primer patriarca y a quien se reveló el Dios único.

En el judaísmo nunca se formuló un credo definitivo y concluyente; la propia cuestión de si contiene algún equivalente de dogma es objeto de controversia académica. Algunos investigadores intentaron argumentar que la importancia de la práctica diaria y la adhesión puntillosa a la halakha (ley judía) relegaban las cuestiones teóricas a un estatus accesorio. Otros descartaron por completo este punto de vista, citando los debates de las antiguas fuentes rabínicas que castigaban diversas herejías con poca referencia a la observancia. Sin embargo, aunque carece de una doctrina uniforme, el judaísmo ortodoxo está básicamente unido en la afirmación de varias creencias fundamentales, cuya negación se considera una blasfemia mayor. Como en otros aspectos, las posiciones ortodoxas reflejan la corriente principal del judaísmo rabínico tradicional a lo largo de los tiempos.

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Los intentos de codificar estas creencias fueron llevados a cabo por varias autoridades medievales, como Saadia Gaon y Joseph Albo. Cada uno compuso su propio credo. Sin embargo, los 13 principios expuestos por Maimónides en su Comentario sobre la Mishna, escrito en la década de 1160, acabaron siendo los más aceptados. Varios puntos -por ejemplo, Albo enumeraba sólo tres fundamentos y no consideraba al Mesías como un principio clave-, la formulación exacta y el estatus de los incrédulos (ya sean meros errantes, o herejes que ya no pueden ser considerados parte del Pueblo Israel) fueron impugnados por muchos de los contemporáneos de Maimónides y sabios posteriores. Muchos de sus detractores lo hicieron desde una posición maximalista, argumentando que todo el corpus de la Torá y los dichos de los antiguos sabios eran de rango canónico, no sólo ciertas creencias seleccionadas. Pero en los últimos siglos, los 13 Principios se convirtieron en norma y son considerados vinculantes y cardinales por las autoridades ortodoxas de manera prácticamente universal.

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Durante la Edad Media, dos sistemas de pensamiento competían por la primacía teológica, sus defensores los promovían como fundamentos explicativos de la observancia de la Ley. Uno era la escuela racionalista-filosófica, que se esforzaba por presentar todos los mandamientos como si sirvieran para fines morales y éticos superiores, mientras que el otro era la tradición mística, ejemplificada en la Cábala, que asignaba a cada rito una función en las dimensiones ocultas de la realidad. La obediencia pura y dura, sin demasiada reflexión y derivada de la fidelidad a la comunidad y a la ascendencia, se consideraba apta sólo para el pueblo llano, mientras que las clases cultas elegían cualquiera de las dos escuelas. En la época moderna, el prestigio de ambas sufrió duros golpes y la “fe ingenua” se hizo popular. En una época en la que la contemplación excesiva en materia de creencias se asociaba con la secularización, luminarias como Yisrael Meir Kagan subrayaron la importancia del compromiso sencillo y poco sofisticado con los preceptos transmitidos por los Sabios Beatos. Esta sigue siendo la norma en el mundo ultraortodoxo.

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El judaísmo ortodoxo se adhiere al monoteísmo, la creencia en un solo Dios, sin embargo, en las religiones judaicos-cristianas NO SE CREE EN UN SOLO DIOS: ¡se ADORA a un solo dios!  Pero nos encontramos con la creencia, tanto en el judaísmo como en el cristianismo, que existen otros dioses, algunos mayores… algunos menores.  Por ejemplo, Satanás es un “dios menor” y los personajes del santoral católico son dioses menores.  El concepto de “La Santísima Trinidad”, supone la existencias de tres dioses en uno, lo cual se considera “un misterio” y más que un misterio: ¡un dogma!  Hay muchos versículos bíblicos que indican, sin lugar a la menor duda, que los judíos creían en la existencia de “otros dioses”.  En el Deuteronomio 10:17 leemos: “Porque Jehová vuestro Dios es aDios de dioses y Señor de señores.”  ¿Dios de DIOSES?  ¡Entonces se creía que existían otros dioses, pero que Jehová estaba por encima de todos ellos!  Eso no es, precisamente: ¡monoteísmo!  Eso es ETNOTEÍSMO: la existencia de muchos dioses pero la adoración a uno solo.

Los principios básicos de la ortodoxia, extraídos de fuentes antiguas como el Talmud, así como de sabios posteriores, incluyen de forma destacada y principal los atributos de Dios en el judaísmo: uno e indivisible, anterior a toda la creación que sólo él trajo a la existencia, eterno, omnisciente, omnipotente, absolutamente incorpóreo y más allá de la razón humana. Esta base se evoca en muchos textos fundacionales y se repite a menudo en las oraciones diarias, como en el credo del judaísmo Shema Yisrael: “Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es Uno“.

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Maimónides delineó esta comprensión de un monoteístaDios personal en los seis primeros artículos de sus trece. Los seis se refieren a la condición de Dios como único creador, su unicidad, su impalpabilidad, que es el primero y el último, que sólo Dios y ningún otro ser, puede ser adorado y que es omnisciente. La supremacía del Dios de Israel se aplica incluso a los no judíos, a quienes, según la mayoría de las opiniones rabínicas, se les prohíbe el culto a otras deidades, aunque se les permite “asociar” a seres divinos inferiores en su fe en Dios (esta noción se utilizaba principalmente para permitir el contacto con los cristianos, demostrando que no eran idólatras con los que se prohíbe cualquier trato comercial y similar).

La máxima imperceptibilidad de Dios, considerado como más allá de la razón humana y sólo alcanzable a través de lo que él decidió revelar, se puso de relieve, entre otros, en la prohibición antigua de hacer cualquier imagen de él. Maimónides y prácticamente todos los sabios de su época y desde entonces también subrayaron que el creador es incorpóreo, que carece de “cualquier apariencia de cuerpo”; aunque se daba casi por sentado desde la Edad Media, Maimónides y sus contemporáneos señalaron que las concepciones antropomórficas de Dios eran bastante comunes en su época.

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La tensión medieval entre la trascendencia y equanimidad de Dios, por un lado y su contacto e interés por su creación, por otro, encontró su resolución más popular en la Cábala esotérica. Los cabalistas afirmaban que, aunque Dios mismo está más allá del universo, se despliega progresivamente en el reino creado a través de una serie de emanaciones inferiores, o sefirot, cada una de ellas una refracción de la divinidad perfecta. Aunque tuvo una gran acogida, este sistema también resultó polémico y algunas autoridades lo tacharon de amenaza a la unidad de Dios.6​ En los tiempos modernos se mantiene, al menos tácitamente, en muchos círculos ortodoxos tradicionalistas, mientras que la ortodoxia moderna lo ignora en su mayoría sin confrontar la noción directamente.

La doctrina que define al judaísmo ortodoxo es la creencia de que la Torá (“Enseñanza” o “Ley”), tanto la escritura del Pentateuco como la tradición oral que la explica, fue revelada por Dios a Moisés en el Monte Sinaí y que fue transmitida fielmente desde el Sinaí en una cadena ininterrumpida desde entonces. Uno de los textos fundamentales de la literatura rabínica es la lista que abre la Ética de los Padres, que enumera a los sabios que recibieron y transmitieron la Torá, desde Moisés a través de Josué, los Elders y los Profetas y luego hasta Hillel el Viejo y Shammai. Esta creencia fundamental se denomina en las fuentes clásicas “La Ley/Enseñanza es del Cielo” (Torah min HaShamayim).

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La filosofía básica de la Ortodoxia es que el cuerpo de la revelación es total y completo; su interpretación y aplicación en nuevas circunstancias, exigidas a los eruditos en cada generación, se concibe como un acto de inferencia y elaboración basado en métodos ya prescritos, no de innovación o adición. Una cláusula del Talmud de Jerusalén afirma que todo lo que debe enseñar un discípulo veterano ya fue dado en el Sinaí; y un relato del Talmud de Babilonia afirma que al ver la inmensamente intrincada deducción del futuro Rabí Akiva en una visión, el propio Moisés se sintió perdido, hasta que Akiva proclamó que todo lo que enseña le fue entregado a Moisés. Se cree que la Torá Escrita y la Torá Oral están entrelazadas y se apoyan mutuamente ya que esta última es una fuente para muchos de los mandamientos divinos y el texto del Pentateuco se considera incomprensible en sí mismo. La voluntad de Dios sólo puede conjeturarse apelando a la Torá Oral que revela el significado alegórico, anagógico o tropológico del texto y no mediante una lectura literalista.

Las lagunas en la tradición recibida o los desacuerdos entre los primeros sabios se atribuyen a perturbaciones, especialmente a las persecuciones que provocaron que “la Torá fuera olvidada en Israel” -según la tradición rabínica, éstas acabaron obligando a los legistas a redactar la Ley Oral en la Mishna y el Talmud. Sin embargo, la integridad del mensaje divino original y la fiabilidad de quienes lo han transmitido a lo largo de los siglos son axiomáticas. Uno de los principales ejercicios intelectuales de los eruditos de la Torá es localizar las discrepancias entre los pasajes del Talmud u otros y luego demostrar mediante complejos pasos lógicos (presumiblemente demostrando que cada pasaje se refería a una situación ligeramente diferente, etc.) que en realidad no hay ninguna contradicción.7​ Al igual que otras religiones no liberales tradicionales, el judaísmo ortodoxo considera la revelación como algo propositivo, explícito, verbal e inequívoco, que puede servir como fuente firme de autoridad para un conjunto de mandamientos religiosos. La corriente ortodoxa rechaza las interpretaciones modernistas de la revelación como una experiencia subjetiva y condicionada por el ser humano,8​ aunque algunos pensadores del final del ala liberal intentaron promover estos puntos de vista, sin encontrar prácticamente ninguna aceptación por parte del establishment.9

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Una importante ramificación de Torah min HaShamayim en los tiempos modernos es la actitud reservada y a menudo totalmente rechazante, de la ortodoxia hacia el método histórico-crítico, en particular la crítica superior de la Biblia. El rechazo de los rabinos a emplear significativamente tales herramientas para determinar las decisiones halájicas y la insistencia en los métodos tradicionales y en la necesidad de consenso y continuidad con las autoridades del pasado, es una línea de demarcación que separa los círculos rabínicos ortodoxos de tendencia más liberal de los no ortodoxos más derechistas.10

Aunque el acontecimiento sinaítico se percibe como el acto supremo y vinculante de la revelación, no es el único. La tradición rabínica reconoce la materia transmitida por los Profetas, así como anuncios de Dios posteriores. La sabiduría secreta o Cábala, supuestamente revelada a personajes ilustres en el pasado y transmitida a través de círculos elitistas, es ampliamente estimada (aunque no universalmente). Aunque no pocos rabinos prominentes deploraron la Cábala y la consideraron una falsificación tardía, la mayoría la aceptó generalmente como legítima. Sin embargo, su estatus a la hora de determinar las decisiones normativas halájicas, que son vinculantes para toda la comunidad y no sólo para los espiritualistas que adoptan voluntariamente las restricciones cabalísticas, siempre fue muy controvertido. Los principales decisores aplicaron abiertamente los criterios de la Cábala en sus decisiones, mientras que otros lo hicieron sólo de forma inadvertida y muchos negaron su papel en la halajá normativa. Un fenómeno místico estrechamente relacionado es la creencia en Magidim, supuestas apariciones o visiones oníricas, que pueden informar a quienes las experimentan con cierto conocimiento divino.

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La creencia en un futuro Mesías es fundamental para el judaísmo ortodoxo. Según esta doctrina, un rey surgirá del linaje del rey David y traerá consigo signos como la restauración del Templo, la paz y la aceptación universal del Dios de Israel.12​ El Mesías se embarcará en una búsqueda para reunir a todos los judíos en Tierra Santa, proclamará la profecía y restaurará la monarquía davídica. El judaísmo clásico sí incorporó una tradición de creencia en la resurrección de los muertos.  Existe una base bíblica para esta doctrina, citada por la Mishnah: “Todos los israelitas tienen una participación en el Mundo Venidero, como está escrito: Y tu pueblo, todos ellos justos, poseerán la tierra para siempre; son el brote que planté, mi obra en la que me glorío (Isa 60:21)”. La Mishnah también tacha de hereje a cualquier judío que rechace la doctrina de la resurrección o su origen en la Torá. Aquellos que niegan la doctrina se considera que no recibirán ninguna participación en el Mundo Venidero.  Los fariseos creían tanto en la resurrección corporal como en la inmortalidad del alma. También creían que los actos en este mundo afectarían el estado de vida en el otro mundo. La Mishnah Sahendrin 10 aclara que sólo los que siguen la teología correcta tendrán un lugar en el Mundo Venidero.

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Hay otras referencias pasajeras a la vida después de la muerte en los tratados mishnaicos. Una particularmente importante en los Berajot informa de que la creencia judía en la vida después de la muerte se estableció mucho antes de la compilación de la Mishná.  La tradición bíblica menciona categóricamente el Sheol sesenta y cinco veces. Se describe como un inframundo que contiene la reunión de los muertos con sus familias. El Números 16:30 afirma que Coré fue al Seol con vida, para describir su muerte en la retribución divina.  Los difuntos que residen en el Seol tienen una existencia “nebulosa” y no hay recompensa ni castigo en el Seol, que se representa como un lugar oscuro y tenebroso. Pero se hace una distinción para los reyes, de quienes se dice que son saludados por otros reyes al entrar en el Seol.  La poesía bíblica sugiere que la resurrección del Seol es posible. Las narraciones proféticas de la resurrección en la Biblia han sido etiquetadas como una influencia cultural externa por algunos estudiosos.

El discurso talmúdico amplió los detalles del Mundo Venidero. Esto era para motivar el cumplimiento judío de sus códigos religiosos. En resumen, los justos serán recompensados con un lugar en Gan Eden, los malvados serán castigados en Gehinnom y la resurrección tendrá lugar en la era mesiánica. La secuencia de estos acontecimientos no está clara. Los rabinos han apoyado el concepto de resurrección con abundantes citas bíblicas y lo han mostrado como una señal de la omnipotencia de Dios.

El judaísmo ortodoxo se guía principalmente por la halajá o ley judía especificada en el Talmud y codificada en el Shulján Aruj. Estos a su vez se basan en la Torá,16​ la ley del Pentateuco. De todas las corrientes del judaísmo, el judaísmo ortodoxo es la que más sigue las leyes de la tradición oral, ya que esta fue entregada por Dios, en el monte Sinaí y de ella salen todas las leyes judías.

La mujer en el judaísmo ortodoxo cumple un rol muy importante, ya que según esta corriente, el hombre necesita a la mujer (y no al revés), la mujer se conecta constantemente con Dios mientras que el hombre tiene que rezar con 10 personas para llegar al mismo nivel.

Pero más allá de las diferentes corrientes y sectas dentro del judaísmo, tenemos que estudiar a fondo la importancia de lo que históricamente conocemos como “El Cautiverio de Babilonia”, cuando Nabuconodosor II tomó Jerusalén y “capturó” (por decirlo así) gran parte de los “ancianos” judíos.  El cautiverio se produjo entre los años 586 y 597 AC.  Durante ese período se “contaminó” el judaísmo “original”, dando paso a lo que se conoció como “judaísmo apocalíptico” o de revelaciones, contrariando al Deuteronomio 4:2 que reza: “No añadiréis a la palabra que yo os mando ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordeno.

El judaísmo “se contaminó” con las creencias paganas babilónicas y se “enriqueció” con conceptos como el juicio final, la vida eterna, el infierno, el cielo y paremos de contar.   Cuando se coloca a Jesús en la historia bíblica, nos encontramos con tres corrientes importantes del judaísmo: los esenios, los fariseos y los saduceos.  Los fariseos venían contaminados con las creencias babilónicas.  Los saduceos eran los “puros”, los – digamos – ortodoxos y los esenios eran “filósofos” que constituyeron una secta judía surgida en el siglo II a. C. estableciendo la comunidad de Qumrán. Se enfocaban en la pureza ritual, copiaban libros de las escrituras judías y escribían comentarios sobre los libros de los profetas, desapareciendo sin dejar legado importante.

Supuestamente Jesús rechazaba a los fariseos (Pablo lo era).  De no ser esenio (que no pareció haberlo sido), tendría que haber sido saduceo y éstos no creían en los conceptos paganos heredados de Babilonia, como la vida eterna, el cielo, infierno, el concepto de “la salvación”, etc.  El Templo estaba controlado por los saduceos y cuando Jesús, a la edad de 12 años – según la “historia bíblica” – se “perdió” en el Templo, asombró a los “doctores de la ley” (saduceos) con sus conocimientos.  Vale entender que Jesús, al menos a la edad de 12 años: ¡pertenecía a la corriente de los saduceos!  De ser así: Jesús no creía en casi la totalidad de las creencias del cristianismo moderno.

​Cuando nos internamos en las creencias religiosas nos damos cuenta de que nada tiene que ver con la inteligencia.  Grandes mentes judías les han aportado mucho a la humanidad, sin embargo, esas mismas mentes privilegiadas – o muchas de ellas – han aceptado los dogmas de fe del judaísmo, como sucede en otras religiones.  Si escuchamos detenidamente la explicación que nos da el rabino del video sobre el precepto de no mezclar carne con leche, salimos más confundidos que antes de escucharlo.  Solamente se puede aceptar tal absurdo bajo el rigor que ejercen los dogmas… “es así porque sí”: ¡punto!

Para mí, el internarme en los caminos de las religiones es algo fascinante y en nuestro viaje al barrio judío de Brooklyn disfruté de esos conceptos que para uno son absurdos pero que para ellos tienen todo el sentido del mundo.

Miami 8 de octubre de 2022

Robert Alonso

Robert Alonso Presenta

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