¡ Que Dios Me Perdone !

 

 

Nací en el seno de una familia fascista, falangista: ¡franquista! Mi abuelo, Don José Alonso (el esposo de la difunta Carmelina, QEPD), me enseñó el himno de la falange española, antes de que aprendiera el himno de Cuba:

Tan fascista, falangista y franquista era mi familia y, en particular mi abuelo, que Don Alonso fue detenido durante la II Guerra Mundial en nuestra ciudad de Cienfuegos, por declararse a favor de Hitler; por aquello que Hitler ayudó a Franco a ganar la Guerra Civil Española. Don Alonso se salvó de acompañar al “Chino Okata” en el campo de concentración de Cienfuegos, gracias a las buenas conexiones políticas que tenía mi padre… ¡su hijo!

El “Chino Okata” no era chino. Era el único japonés que vivía en Cienfuegos. Vendía unos helados deliciosos, especialmente el de limón, que transportaba en un carretón tirado por una mula a la que él llamaba “Lucía”: ¡que yo adoraba!   Cuando EE.UU. se unió a los aliados en la II Guerra Mundial, Cuba se anotó en la pachanga e, imitando a nuestros socios “americanos”, abrió campos de concentración para detener a todos los ciudadanos japoneses o de descendencia japonesa, que vivían – felizmente – en Cuba. En mi pueblo natal, Cienfuegos, vivía un solo japonés: “El Chino Okata”, quien – inmediatamente – fue detenido y llevado al campo de concentración, acusado de espiar para el Imperio del Sol Naciente. Al terminar la guerra, “El Chino Okata” fue liberado y continuó vendiendo sus deliciosos helados hasta que llegó la revolución y le quitaron el carretón: ¡Lucía incluida!

Mi abuelo, Don Alonso, estuvo a un “tilín” de hacerle compañía al “Chino Okata”, por estar declarándose partidario de Adolfo Hitler. Pero su pasión por Franco terminó cuando “El Caudillo de España por la Gracia de Dios”, comenzó a oxigenar al régimen comunista, genocida e HDLGP de Fidel Castro Ruz. A partir de entonces, Don Alonso comenzó a maldecir, todos los días, la madre que parió al “gallegoFranco.

Hubo, sin embargo, un español digno llamado Juan Pablo de Lojendio e Irure, a quien Franco nombró de embajador en Cuba. Gracias a él, los cubanos pudimos descubrir, por primera vez, la oreja de cobarde de Fidel Castro.

Sucedió el 20 de mayo de 1960. Don Juan de Lojendio, un marqués español, como ya he dicho arriba, era el embajador ante Cuba del régimen de Francisco Franco. Todos los días desde el principio del mes y siempre con creciente intensidad, el gobierno de Castro había estado acusando, falsamente, a la embajada española de tener contactos con la creciente “contrarrevolución”, cuyas bombas podían escucharse todas las noches en las calles de La Habana. Entonces, aquella noche, Castro apareció de nuevo en televisión y de nuevo acusó tanto a los Estados Unidos como a España de estar ayudando a los “gusanos”. El Embajador Lojendio, un hombre grueso y fornido, de cabello negro, apasionado defensor de la dignidad española, de pronto no pudo controlarse más. Se levantó furioso de su poltrona y gritó: “¡Voy a la televisión… estoy harto de estos insultos, coño…!”

Cuando el embajador español llegó a la estación de televisión, Castro estaba sentado entre sus barbudos y sus silenciosas “milicianas”. Todos aplaudían con entusiasmo los ataques que él hacía en contra de los “contrarrevolucionarios”. En ese momento, el asombrado gerente de la estación tocó a Castro en el hombro y murmuró a su oído que un diplomático, loco de furia, estaba a punto de hacer su aparición para enfrentarse a él. Virtualmente todo analista independiente que lo vio – y fue visto en la televisión prácticamente por todo el país – estuvo de acuerdo con que fue la primera ocasión en que vieron a Fidel Castro físicamente asustado.

Castro medio se incorporó en su silla, sin saber qué decir esta vez, mientras Lojendio entraba en el estudio como un torbellino. “¡He sido insultado! ¡He sido insultado!”, gritaba el embajador español una y otra vez, dando paso a su más profundo sentido del orgullo y el honor español. “¡Exijo el derecho de contestar!” En ese punto, el estudio se convirtió en un manicomio. Los guardaespaldas saltaron al escenario; el presidente Dorticós se quedó petrificado; Castro se llevó la mano a la funda de su pistola. Su reacción no debía haber sorprendido a nadie; era una de las pocas veces en su vida en que no había estado a la ofensiva; él no sabía cómo manejar la defensiva… no era su “estilo”. Finalmente, el embajador, con su agudo rostro español lívido de furia, fue físicamente arrojado del estudio y habría sido maltratado si no hubieran intervenido varios de los hombres de Castro. En cuanto a éste, sus manos temblaron; entonces bebió un poco de coñac que siempre tenía en su “taza de café”. Pardo Llada, su inseparable de entonces – quien por aquellos días todavía lo defendía – introdujo en su programa de radio, en forma insultante, el sonido de un rebuzno de asno… que se suponía era la voz del embajador español.

A la mañana siguiente, todo el cuerpo diplomático se presentó de manera conspicua en la casa del embajador para rendirle sus respetos, antes de que fuera arrojado del país. Castro tenía a sus “turbas divinas” de entonces en el aeropuerto, para lanzarle gritos y amenazarlo con golpes físicos. Cuando Don Juan llegó sano y salvo a España, el Generalísimo Francisco Franco y Baamonde, Caudillo de España por la Gracia de Dios, le dijo con una sonrisa burlona: “Como español, muy bueno… como diplomático: ¡muy malo!

Una Historia de Infamia

Murió Francisco Franco, el 20 de noviembre de 1975 – ¡hace casi 45 años! – y todos los gobiernos españoles (socialistas o no) siguieron oxigenando al régimen genocida y destructor de los Castro, que luego – directa o indirectamente – ayudarían a destruir a Angola, Nicaragua y Venezuela: ¡y casi a Chile, Colombia, El Salvador y Bolivia! No estoy contando la sangre que el narco-castroesalinismo ha derramado en Vietnam, Camboya, Afganistán… y una catarata de micro-países africanos.  Hoy España está “a punta de caramelo” de sufrir el comunismo en todas sus modalidades… como muy bien aseguré en diciembre de 2018, cuando me entrevistó un periodista español.

La carga de culpabilidad de España, cuyos ciudadanos, el Rey, sacerdotes y dirigentes políticos jamás se preocuparon por pensar o protestar por los desmanes de los Castro: ¡es superlativa! De hecho, hoy en día – ¡y desde hace más de medio siglo! – gran parte del botín que los Castro le robaron al pueblo cubano, yace en bancos españoles.

Si el español que lea este artículo no cree que están a punto de no poder abrir la boca… o de publicar lo que deseen en los fulanos “medios sociales”, no dejen de ver estos dos videos que a continuación les publico:

 

 

 

Si bien mi abuelo Don Alonso era muy creyente, pues casi se ordenó de sacerdote en su Asturias natal antes de emigrar a Cuba, la Abuela Carmelina, QEPD, no creía mucho en “asuntos esotéricos”, pues era tremendamente pragmática. Ella, la abuela, aseguraba que no existía ni el cielo ni el infierno (algo así como lo que cree Pancho El Papa). Ella decía que todo se pagaba o se premiaba en esta vida. Solamente se equivocó con Fidel Castro, como he dicho en artículos anteriores.

Yo tengo mis dudas, pues a veces creo y a veces no. Sin embargo – ¡que Dios me perdone! – bien le serviría al pueblo español una dosis de un “buen comunismo”, para que pague en esta vida el mucho daño que le hizo España, por acción o por omisión: ¡al pueblo cubano!

Miami 13 de abril de 2020

Robert Alonso

Robert Alonso Presenta

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