La Conversa No. 6

La historia contemporánea de Cuba está repleta de ignorancia, mitos y simples falsedades.  Son millones lo que creen o le han hecho creer que el pueblo de Cuba se entregó mansamente a la derrota; de haber sido así, no hubieran caído frente al paredón de fusilmiento miles de cubanos, ni hubieran pasado por las infrahumanas prisiones de los Castro decenas de miles de cubanos.  Un ejemplo clásico de esa ignorancia lo podemos apreciar en el siguiente comentario:

 

Los fusilamientos

Los fusilamientos en Cuba comezaron en la Sierra Maestra y se incrementron, como era de suponer, con la llegada de los Castro al poder.  El entonces-sacerdote español, Javier Arsuaga, fue testigo como párroco de muchos fusilamientos, acompañando a los condenados a muerte en sus últimos momentos de vida.

 

El Presidio Político

Decenas de miles de cubanos, entre hombres, mujeres y hasta niños, pasaron por la prisiiones de los Castro.  Fue un presidio digno.  Lo que sigue a continuación, fue sacado de nuestro libro “Regresando del Mar de La Felicidad” y constituye un ejemplo de dignidad generalizdada entre aquellos hombres, muchos de los cuales “jalaron” condenas de hasta 30 años de prisión.

En 1978, el gobierno de Cuba comenzó a negociar con los exiliados que vivían en los Estados Unidos y con el gobierno estadounidense las condiciones para poner en libertad a algunos prisioneros políticos, a un ritmo aproximado de unos cuatrocientos por mes. Los prisioneros, mediante una carta sacada clandestinamente de la cárcel de La Habana del Este, escribieron lo siguiente:

Manifiesto de los Prisioneros Políticos

Al Pueblo Cubano de la Isla y en el Exilio Y a la Opinión Pública Mundial

Nosotros, los abajo firmantes, los prisioneros políticos que hemos resistido con firmeza, durante casi veinte años, los malos tratos del más represivo sistema penitenciario de América, sabedores de que formamos parte de una interminable hilera de mártires que nos precedieron, habiendo sido informados de que la posibilidad de nuestra liberación se está usando como una artera maniobra que podría implicar seriamente a los exiliados y que podría afectarnos directamente a nosotros, declaramos por el presente documento en esta memorable fecha, de manera clara y precisa, nuestra posición:

Primero: Abogamos por la libertad de todos los prisioneros políticos sin excepción y por la reunificación de las familias cubanas. Esto requiere solamente que a) se den las órdenes oportunas para que se abran las puertas de todas las cárceles políticas de Cuba a fin de que los hombres y las mujeres que tanto han sufrido queden en libertad y puedan reunirse de nuevo con sus familias; b) se permita a los cubanos que residen en tierra cubana o en otros países salir de Cuba o entrar en ella, tal como han venido solicitando o puedan pedir en el futuro, para que puedan unirse temporal o definitivamente con sus familias.

Ninguna de dichas medidas requiere diálogo alguno. Que el gobierno de Castro actúe haciendo lo más oportuno si desea realmente rectificar su actual política de dispersión de la familia cubana. Los que han llevado el dolor y el odio a los hogares cubanos, que han divididos y mantenido divididos a los miembros de la familia cubana, carecen de categoría moral para concitar un diálogo.

Segundo: Rechazamos el diálogo entre el gobierno de Castro y los llamados representantes de los cubanos en el exilio; diálogo que, teniendo en cuenta nuestra experiencia de horrores y malos tratos, y la característica mala fe con que suele proceder el régimen, no es más que una farsa montada por el señor Castro para engañar al pueblo cubano y al mundo. A la comunidad cubana en el exilio se le está desorientando y dividiendo mediante vacías palabras de paz y conciliación mientras, en realidad, se hacen sutiles esfuerzos para provocar antagonismos entre los exiliados cubanos que, al no poder vivir bajo las despóticas condiciones que reinan en su país, han encontrado refugio y establecido sus hogares en otras tierras.

Tercero: Rechazamos cualquier forma de diálogo o acuerdo en virtud del cual se nos conceda la libertad en condiciones preestablecidas. Nadie, ningún grupo o persona de la comunidad cubana de exiliados está autorizado para negociar nuestra libertad con el gobierno de Castro a cambio de concesiones por nuestra parte. Nuestra libertad debe ser incondicional; lo que es conforme a nuestra postura histórica estoicamente mantenida. Así nadie podrá pretender que nuestra liberación, cuando tenga lugar, es un logro suyo.

Cuarto: Si Castro y su gobierno creen que es poco el precio pagado por los prisioneros políticos con su saldo de mártires, inválidos, enloquecidos y mutilados, con sus heroicas mujeres, envejecidas en la cárcel, pero firmes aún en sus principios frente a las palizas y al largo confinamiento; si creen que la inmensa suma de sufrimientos y dolores humanos padecidos durante sus años de presidio han sido pequeños, que hagan lo que quieran. Estamos decididos a conservar nuestra moral para poder mantenernos firmes y resueltos contra la tiranía, tal como hemos hecho durante los últimos veinte años.

No negociamos nuestra libertad porque nuestros principios no son negociables… Estas palabras definen nuestra postura de modo claro e inequívoco. Adjuntamos — aparte — nuestras firmas, apoyadas por todos los años de sufrimiento que nuestro amor a Cuba ha exigido a nuestras vidas.

Cárcel de La Habana del Este, 10 de octubre de 1978

 

Carta Suicida

Sr. Ernesto Montaner
Miami,
Florida

Caracas, 12 de agosto de 1969

Querido Ernesto:

Cuando recibas esta carta ya te habrás enterado por la radio de la noticia de mi muerte. Ya me habré suicidado — ¡al fin! — sin que nadie pudiera impedírmelo, como me lo impidieron tú y Agustín Alles el 21 de enero de 1965.

Sé que después de muerto llevarán sobre mi tumba montañas de inculpaciones. Que querrán presentarme como «el único culpable» de la desgracia de Cuba. Y no niego mis errores ni mi culpabilidad; lo que sí niego es que fuera «el único culpable». Culpables fuimos todos, en mayor o menor grado de responsabilidad.

Culpables fuimos todos. Los periodistas que llenaban mi mesa de artículos demoledores, arremetiendo contra todos los gobernantes. Buscadores de aplausos que, por satisfacer el morbo infecundo y brutal de la multitud, por sentirse halagados por la aprobación de la plebe, vestían el odioso uniforme que no se quitaban nunca. No importa quien fuera el presidente. Ni las cosas buenas que estuviese realizando a favor de Cuba. Había que atacarlos, y había que destruirlos. El mismo pueblo que los elegía, pedía a gritos sus cabezas en la plaza pública. El pueblo también fue culpable. El pueblo que quería a Guiteras. El pueblo que quería a Chibás. El pueblo que aplaudía a Pardo Llada. El pueblo que compraba Bohemia, porque Bohemia era vocero de ese pueblo. El pueblo que acompañó a Fidel desde Oriente hasta el campamento de Columbia.

Fidel no es más que el resultado del estallido de la demagogia y de la insensatez. Todos contribuimos a crearlo. Y todos, por resentidos, por demagogos, por estúpidos o por malvados, somos culpables de que llegara al poder. Los periodistas que conociendo la hoja de Fidel, su participación en el Bogotazo Comunista, el asesinato de Manolo Castro y su conducta gansteril en la Universidad de la Habana, pedíamos una amnistía para él y sus cómplices en el asalto al Cuartel Moncada, cuando se encontraba en prisión.

Fue culpable el Congreso que aprobó la Ley de Amnistía (la cual sacó a Castro de la prisión tras el ataque al Cuartel Moncada). Los comentaristas de radio y televisión que la colmaron de elogios. Y la chusma que la aplaudió delirantemente en las graderías del Congreso de la República.

Bohemia no era más que un eco de la calle. Aquella calle contaminada por el odio que aplaudió a Bohemia cuando inventó «los veinte mil muertos». Invención diabólica del dipsómano Enriquito de la Osa, que sabía que Bohemia era un eco de la calle, pero que también la calle se hacía eco de lo que publicaba Bohemia.

Fueron culpables los millonarios que llenaron de dinero a Fidel para que derribara al régimen. Los miles de traidores que se vendieron al barbudo criminal. Y los que se ocuparon más del contrabando y del robo que de las acciones de la Sierra Maestra. Fueron culpables los curas de sotanas rojas que mandaban a los jóvenes para la Sierra a servir a Castro y sus guerrilleros. Y el clero, oficialmente, que respaldaba a la revolución comunista con aquellas pastorales encendidas, conminando al Gobierno a entregar el poder.

Fue culpable Estados Unidos de América, que incautó las armas destinadas a las fuerzas armadas de Cuba en su lucha contra los guerrilleros.

Y fue culpable el State Department, que respaldó la conjura internacional dirigida por los comunistas para adueñarse de Cuba.

Fueron culpables el Gobierno y su oposición, cuando el diálogo cívico, por no ceder y llegar a un acuerdo decoroso, pacífico y patriótico. Los infiltrados por Fidel en aquella gestión para sabotearla y hacerla fracasar como lo hicieron.

Fueron culpables los políticos abstencionistas, que cerraron las puertas a todos los cambios electoralistas. Y los periódicos que como Bohemia, les hicieron el juego a los abstencionistas, negándose a publicar nada relacionado con aquellas elecciones.

Todos fuimos culpables. Todos. Por acción u omisión. Viejos y jóvenes. Ricos y pobres. Blancos y negros. Honrados y ladrones. Virtuosos y pecadores. Claro, que nos faltaba por aprender la lección increíble y amarga: que los más «virtuosos» y los más «honrados» eran los pobres.

Muero asqueado. Solo. Proscrito. Desterrado. Y traicionado y abandonado por amigos a quienes brindé generosamente mi apoyo moral y económico en días muy difíciles. Como Rómulo Betancourt, Figueres, Muñoz Marín. Los titanes de esa «Izquierda Democrática» que tan poco tiene de «democrática» y tanto de «izquierda». Todos deshumanizados y fríos me abandonaron en la caída. Cuando se convencieron de que yo era anticomunista, me demostraron que ellos eran antiquevedistas. Son los presuntos fundadores del Tercer Mundo. El mundo de Mao Tse Tung.

Ojalá mi muerte sea fecunda. Y obligue a la meditación. Para que los que puedan aprendan la lección. Y los periódicos y los periodistas no vuelvan a decir jamás lo que las turbas incultas y desenfrenadas quieran que ellos digan. Para que la prensa no sea más un eco de la calle, sino un faro de orientación para esa propia calle. Para que los millonarios no den más sus dineros a quienes después los despojan de todo. Para que los anunciantes no llenen de poderío con sus anuncios a publicaciones tendenciosas, sembradoras de odio y de infamia, capaces de destruir hasta la integridad física y moral de una nación, o de un destierro. Y para que el pueblo recapacite y repudie esos voceros de odio, cuyas frutas hemos visto que no podían ser más amargas.

Fuimos un pueblo cegado por el odio. Y todos éramos víctimas de esa ceguera. Nuestros pecados pesaron más que nuestras virtudes. Nos olvidamos de Núñez de Arce cuando dijo:

Cuando un pueblo olvida sus virtudes, lleva en sus propios vicios su tirano.

Adiós. Éste es mi último adiós. Y dile a todos mis compatriotas que yo perdono con los brazos en cruz sobre mi pecho, para que me perdonen todo el mal que he hecho.

Miguel Ángel Quevedo

 

 

Miguel Angel Quevedo, propietario y director de la revista semanal cubana Bohemia, fue una figura decisiva en casi todos los cambios políticos que se produjeron en Cuba antes de la llegada de Fidel Castro al poder. Se suicidó solo y repudiado en 1969.

Bohemia era leída en todo el continente americano y, por supuesto, la revista más popular de Cuba por lo menos a finales de la década de los 50. Fue fundada en 1909 con el lema de “La revista que siempre dice la verdad”. Entre sus principales colaboradores estuvieron los más grandes articulistas, ensayistas, escritores y líderes de su época, como Jorge Mañach, R. García Barcenas, Eduardo Chibás, Oscar Salas, Gustavo G. Sterling, José M. Peña, Fernando Ortiz, Ramón Grau San Martín, René Méndez Capote, Agustín Tamargo, Gustavo Robreño, Herminio Portell Vilá y tantos otros.

Un ejemplar de sus “Bodas de Plata”, publicado en 1934, obra en poder de CONTACTO Magazine. Es una verdadera joya de ese momento.

En plena dictadura de Fulgencio Batista, Bohemia apoyó la revolución de 1959. El 26 de julio de 1958 publicó el famoso “Manifiesto de la Sierra”. El 11 de enero de 1959 publicó una edición especial, con una tirada de un millón de ejemplares, que se agotó en pocas horas, sólo once días después de la caída de Batista.

Con la llegada de Fidel Castro al poder, la prensa cubana no tardó en sufrir la ofensiva antidemocrática del nuevo caudillo. Periódicos, revistas, canales de televisión y emisoras de radio fueron expropiados o clausurados. Bohemia no fue la excepción. De inmediato se conculcaron todas las libertades fundamentales universalmente aceptadas. Bohemia aún existe hoy día, como un vocero más del gobierno de Castro, muy lejos de sus días de gloria. Quevedo logró salir de Cuba, pero con un horrible sentido de culpabilidad por haber defendido desde Bohemia la revolución popular de 1959 y haber atacado a casi todos los políticos, legítimos o no, que habían gobernado Cuba. Y sobre todo por haber difundido o justificado todas las acciones de Castro.

Miami 16 de septiembre de 2019

Robert Alonso

Robert Alonso Presenta

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