A principios del año 2018 hubo un brote importante – ¡y peligroso! – de influenza en Estados Unidos. Hubo muchísimos muertos, sobre todo entre nosotros, los que formamos parte de eso que llaman “la tercera edad”. A pesar de que siempre en los meses de octubre me vacuno contra la influenza, aquel octubre de 2017 no me vacuné… se me pasó por alto.
Comenzando aquel año – 2018 – me hice la “abdominoplástia” con un cirujano plástico para quitarme el pellejero que me quedó luego de haberme hecho la llamada “manga gástrica”, pretendiendo quedar como “de quince”.
El 12 de febrero de 2018 comencé a sentirme mal… muy mal. Tenía los típicos síntomas de la influenza y llegó un momento en que no podía mantenerme en pie, de lo débil que me sentía. Llamé a mi médico y éste me recomendó que llamara, de inmediato, al 911 para que me hospitalizaran con urgencia y así lo hice. En menos de 12 minutos, por el reloj de mi celular, llegó la ambulancia con todos los hierros. Me tomaron la temperatura: ¡tenía 42 grados de fiebre! Para los paramédicos no había ninguna duda… tenía el “flu”, es decir: ¡la influenza!
Siomi estaba atendiendo a los nietos en Weston. La llamé desde el hospital y la puse al tanto de lo que estaba pasando. Casi tan rápidamente como el 911, se hizo presente en la emergencia del hospital: ¡Dios me la guarde por siempre! No se alejó de mí durante el “casi-mes” que estuve hospitalizado: ¡y más allá!
Me hicieron una desagradable prueba para determinar si tenía el “flu”, introduciéndome en las fosas nasales, hasta el “trigémino”, un palillo con un algodón, con la intención de extraer una muestra de mi mucosa… o algo por el estilo. De hecho, esa fue la prueba más desagradable durante todo el tiempo que estuve hospitalizado y entre todas las cosas que me terminaron haciendo: incluyendo la introducción de un catéter al corazón para bombearme, durante dos meses más, antibiótico día y noche hasta determinar que había logrado vencer a una bacteria llamada “mrsa” (SARM en español), la cual – por cierto – mata a muchas más gente que el coronavirus chino.
Ahí mismito llegaron los resultados de los análisis y resultó ser que NO TENÍA el fulano “flu” (influenza). Lo que tenía era una INMENSA infección en el ombligo, producto de la cirugía que me habían hecho semanas antes. Probablemente me infecté en el quirófano del hospital de Hialeah, donde me hicieron la “abdominoplástia” para dejarme bonito.
Ahora ya no me trataban del “flu” (la influenza). Los médicos sabían que lo que tenía era una soberana infección y, por supuesto, me dejaron hospitalizado.
Aislamiento…!!!
Me instalaron en un cuarto que compartía con un enfermo de cáncer terminal (quien terminó muriéndose). A golpe de tres o cuatro de la madrugada de la primera noche hospitalizado, llegó un comando de enfermeros, vestidos como astronautas, sacaron todas mis pertenencias del sector del cuarto donde estaba hospitalizado y me llevaron – ¡URGENTEMENTE! – al ala de “máxima seguridad” del hospital: ¡totalmente aislado! Todo el proceso del traslado se hizo en minutos. ¡No había tiempo que perder! Me hicieron sentir como una peligrosa “bomba contaminante”.
Los resultados del examen habían arrojado una contaminación de una peligrosísima bacteria conocida en inglés como “mrsa”, que en español es llamada, popularmente, como SARM: Staphylococcus aureus.
La fiebre iba en aumento. Jamás me había sentido tan débil. A rato: deliraba. En un momento pensé que estaba en el Hospital de Clínicas Caracas, en mi Venezuela querida. Según Siomi – quien no me abandonó un solo momento – llegué a preguntarle quién carajos era ella: ¿se imaginan luego de 44 años de casados?
El Staphylococcus aureus resistente a la meticilina o SARM, es una cepa de la bacteria Staphylococcus aureus que se ha vuelto resistente a varios antibióticos; primero a la penicilina en 1947 y luego a la meticilina. Existía, para entonces, una nueva cepa (SARV) que había desarrollado resistencia a la vancomicina, uno de los pocos antibióticos que todavía eran capaces de controlar a esa dichosa, mortal perniciosa bacteria.
Si bien una colonización de SARM en un individuo, por lo demás sano, generalmente no es tan grave, la infección de este microbio puede amenazar la vida de pacientes con heridas profundas, catéteres intravenosos u otros instrumentos que introducen cuerpos extraños, o como una infección secundaria en pacientes con un sistema inmunológico debilitado, entiéndase: la población de la llamada “tercera edad”. Pero los médicos, entonces, no estaban seguros de cuál era mi caso… sobre todo yo, que soy hipertenso y cercano a cumplir los 70 años.
El SARM produce, sobre todo, infección nosocomial, es decir, una infección contraída en un hospital, que fue donde yo, supuestamente, me contaminé. Su manifestación más grave es la neumonía nosocomial, enfermedad que puede ser mortal, sobre todo en mi caso y que se contrae a través de la inserción de un tubo ventilador en el cuerpo del paciente.
En Estados Unidos se reportaban, en 2018, cada vez más brotes de colonización de SARM mediante contacto cutáneo en vestidores y gimnasios, incluso entre poblaciones sanas. El SARM causó la muerte de unos 19.000 estadounidenses en el 2005, la mayoría de ellos en hospitales, según un informe publicado en octubre en Journal of the American Medical Association. OJO: ¡19.000 muertes en un solo año!
Cerca del 30% de las personas transporta estafilococos de manera crónica, los cuales pueden transmitirse por el contacto con otras personas o porque las bacterias se depositan en superficies u objetos que luego las personas tocan, como es el caso hoy del coronavirus. La bacteria puede generar infecciones profundas en los tejidos si ingresa al organismo por una pequeña herida en la piel. Las infecciones lucen como un sarpullido, que si permanece sin tratarse puede inflamarse y llenarse de pus, como terminó siendo mi caso, como bien muestra el video que les he publicado arriba. La mejor forma de evitar la infección es lavándose las manos y/o los genitales con agua y jabón. ¿Suena familiar la recomendación para evitar el contagio del coronavirus?
Si bien el SARM, como he indicado arriba, no responde a los antibióticos más comunes, hay otros fármacos, como la vancomicina, que pudieran (sin seguridad absoluta) combatir la infección. La contaminación por el SARM es mucho más factible que la contaminación del coronavirus chino… por cierto.
Nos instalaron en un cuarto increíble, como podrán ver en el video de arriba. Al otro día, como a las 10 de la mañana, mi médico vino a verme y a explicarme lo que estaba sucediendo. Me habló claro… como es común entre médico y paciente en EE.UU. Me dijo que intentarían… ¡que intentarían!, eliminar el SARM a través de un coctel de antibióticos, pero que no había garantías. Para ahorrar en espacio, solamente les diré que mi médico me preparó para morir. De hecho, recibimos la visita de un representante de la sección de hospicio del hospital, donde llevan a los pacientes que – irremediablemente – van a morir.
Siomi
La primera recomendación fue que Siomi se fuera de mi cuarto y no regresara ni a visitarme. Ella, que Dios me la guarde por siempre, se negó. Nosotros los hispanos acompañamos a nuestros familiares cuando se hospitalizan, cosa que en EE.UU. no es lo común. El médico le sugirió que se protegiera con uniformes astronáuticos, tapabocas, guantes… etc, y ella se negó. La “cosa” era “hasta que la muerte nos separara”, pero tampoco era como para que ella me acompañara al “más allá”.
Le puse ciertas condiciones. Si nos íbamos a la presencia de Dios, me tenía que prometer unas cuántas cosas:
- En la nube que nos tocara en La Gloria, no podía pedirme que no la ensuciara cada vez que viniera de otra nube, luego de que ella la hubiera limpiado.
- No podía pedirme que bajara el volumen de la televisión, en caso de despertarme a las tres de la madrugada, desvelado, para ver una película.
- Me tenía que garantizar que no se iba a poner con el cuento de que le echaba mucha sal a la comida, para mantenerme en el rango seguro… ya que, como he dicho: soy hipertenso.
- No podía obligarme a dejar de hablar de política.
- Tampoco me podía apagar mi computadora, luego de varias horas navegando por las redes sociales.
Afortunadamente, para mí, aceptó mis condiciones y no me dejó solo un solo minuto: incluso cuando por fin me dieron de alta y me enviaron a casa con un rosario de recomendaciones para evitar contaminarme de nuevo y, lo más importante: ¡CONTAMINAR A MI FAMILIA!
Eso sí… como ella es muy creyente (debido a su formación católica en el Mater Salvatoris y a la educación religiosa que recibió de su familia), me pidió que dejara que me dieran la extremaunción y me embarraran la frente con los “santos olios”, como podrán ver en el video. A cambio de mis condiciones, arriba enumeradas, acepté que me visitara el cura.
Los exámenes reportaban que la maldita bacteria no estaba cediendo y la fiebre aumentaba. Entonces me acordé de mi abuela Carmelina, QEPD. Ella solía decir: “el que se va a morir a oscuras: ¡ni que ande vendiendo velas!” Mi abuelita murió, lúcida, faltándole unos meses para cumplir los 100 años. Mi padre murió a los 94 y su padre, mi abuelo Don Alonso: ¡a los 96! Supuse y me convencí, por conveniencia: que había “Robert Alonso” pa’rato.
Como “nadie se muere en la víspera”, decidí tomar dos determinaciones:
- Seguir, antes que nada, las recomendaciones médicas.
- Pasarla de la mejor manera posible: ¡con buen humor!
Mi familia, amigos y seguidores saben que no soy creyente, pero comencé a preocuparme cuando Siomi me leía la cantidad de mensajes en donde mis amigos en Facebook aseguraban que estaban orando por mí. No creo en brujas: “pero de que vuelan: ¡vuelan!” Me pregunté: ¿no será que con tantas oraciones le llamo la atención a Dios y a Éste le dan ganas de llevarme a su seno para echar unas conversas conmigo de vez en cuando? Entonces, como podrán ver en el video de arriba, les pedí a mis seguidores que se dejaran “deso”: por si las moscas. Gracias a Dios: ¡me hicieron caso!
María Luisa Pérez Gherlone
Una de las que más oró por mí fue mi gran amiga, Dios la guarde, María Luisa Pérez Gherlone, la más peligrosa… porque me consta que sus oraciones le llegan al mismísimo Dios.
No sé si fue por María Luisa o por la catarata de oraciones, pero mi fiebre comenzó a bajar: ¡los antibióticos comenzaron a vencer a la dichosa bacteria! Cuando me libré de la fiebre, me introdujeron un catéter directo al corazón para conectar un aparato que bombeaba antibióticos las 24 horas del día, durante dos meses: ¡y me dieron de alta!
Pa’la casa…!!!
Ahí no terminó la odisea. El sistema de salud del estado de La Florida me enviaba un enfermero todos los días: ¡por el lapso de dos meses! Éste enfermero, llamado Richard (como mi padre), venía todos los días a cambiarme las vendas, a limpiarme la herida – que todavía supuraba pus –, a ponerme nuevos antibióticos en el aparatico y a ponerles pilas nuevas a la bombita de antibióticos.
Auto-curándome en casa
¿Cuánto costó todo eso? $ 235.143 Así como lo leen…!!! Todo lo pagó mi “medicare”, gracias a que tenía más de 65 años. Cada bolsita de antibiótico costaba $ 1,200. Cuando nos enteramos del costo de “la gracia”, lo primero que me vino a la mente fue decirle a Siomi: “¿te fijas, mi amor, lo importante que resultó ser La Guarimba?” Si no hubiera sido por La Guarimba, jamás nos hubiéramos tenido que ir de Venezuela y si esta vaina me hubiera dado en ese país, Siomi y yo estuviéramos hoy peleando, en sabrá Dios cuál nube… porque ella no hubiera respetado las condiciones que le puse para subir al cielo.
Las recomendaciones que me hicieron los médicos para dejarme ir a casa fueron muchísimas más estrictas que las que he leído y escuchado con respecto al coronavirus. Ahora nos dicen que nos lavemos las manos… que no entremos a la casa con los zapatos contaminados… que no nos toquemos la boca, los ojos y las narices y otras cosas más.
A mí me dijeron que no podía ver a nadie por dos meses… menos a nuestros nietos. Que tenía que usar mis propios cubiertos, vasos y platos. Que tenía que hervir mi ropa y, sobre todo: ¡mis toallas! Que no podía salir ni al portal de la casa… bueno: ¡y mil cosas más! Siomi, obstinadamente, se encargó de que cumpliera con las recomendaciones, porque de haber sido por mí: ¡hoy estuviera – tal vez – hecho cenizas!
La “Come Carne”
He estado en peligro de muerte, por enfermedad, en dos ocasiones más. Una vez, en Venezuela, me atacó la bacteria “come-carne”. Gracias a Siomi y al Doctor Raúl Isturiz, he podido echar el cuento. Como lo grabo todo, también grabé aquella odisea.
En otra oportunidad combiné tres tipos de medicamentos, comprados “over the counter” y faltó poquito para “pasar el páramo”. Una vez más: ¡estoy vivo por Siomi!
He llegado a la lógica conclusión que “bicho malo, nunca muere”, siempre y cuando el “bicho malo” tenga a su lado a una mujer que lo cuide. Eso no quiere decir que obviemos varias cosas:
- Observen las recomendaciones de los médicos para evitar el contagio y contagiar a otros en esta telenovela del fulano coronavirus… aunque – a decir verdad – creo que, por alguna razón, están sobredimensionando la llamada pandemia.
- De contaminarse con el “virus chino”, mantengan el buen humor. Lo peor que pueden hacer es “echarse a morir”, porque el buen estado anímico es el mejor aliado de nuestro sistema inmunológico.
- Acepten que “nadie se muere en la víspera”. Venimos a este mundo con un “contrato de vida”. Nos vamos a morir cuando ese contrato se venza. Sin embargo, como no sabemos su fecha de vencimiento, debemos tomar todas las medidas y previsiones posibles para que no se adelante y, sobre todo: para no contaminar a otros.
Pensé que mi experiencia pudiera ayudar a muchos a bajar el nivel de ansiedad, preocupación y paranoia. Yo lo pude hacer… claro: ¡con la ayuda de Siomi!
Mi Lady…!
Como siempre, ella – Siomi – revisa todo lo que escribo para corregir errores. Luego de leer este artículo, le dije que ya me podía morir, seguro de que – a pesar de todo – mi vida con ella había sido plena. Me respondió que no me podía morir, porque no le había dedicado su canción favorita, ahora que acaba de fallecer su cantante favorito, Kenny Rogers. Como no sé cuándo caduca mi “contrato de vida”, quiero dejar plasmado – a continuación – esa dedicatoria a la mujer que me lo ha dado todo.
Estamos en las manos de Dios o del destino… como Uds. lo quieran ver. Luego de observar todas las precauciones pertinentes: ¡tómenselo con soda!
Miami 21 de marzo de 2020
Robert Alonso