Mi fallecido padre tuvo un primo, hijo único, que se quedó en Cuba, después de la “revolución”, durante unos 20 años hasta que sus padres murieron. Su historia es digna de una novela cargada de tristeza, dolor y, sobre todo: ¡de mucho realismo!
Su madre, hermana de mi recordada y muy-querida Abuela Carmelina, QEPD, era neurasténica y exageradamente hipocondríaca; hoy los médicos la hubieran declarado bipolar. Ambos padres venían del siglo antepasado y eran altamente conservadores.
El primo, en su temprana juventud, se enamoró locamente de una hermosísima “mulata clara”, un pecado mortalísimo para la época. Sabía que sus padres jamás hubieran aceptado un “matrimonio multi-racial”, por lo que decidió ocultar sus amoríos con su amada joven.
Pasaron los años y los Castro llegaron al poder al tiempo en que el primo Pedrín y su amada mulata envejecían y sufrían los tormentos del castro-estalinismo. El romance perduró, pero en el más estricto secreto. Mi padre fue uno de los pocos, dentro del núcleo familiar, enterado de aquel amor imposible.
En uno de esos “intercambios culturales”, llegó a Cuba un ballet ruso de quinta categoría con un bailarín hondureño que formaba parte de la coreografía. Además de bailarín, el hondureño era gay, pero conoció a la mulata y llegaron a fomentar una linda amistad, carente de erotismo… por supuesto.
Viendo la mulata que sus amoríos con Pedrín jamás llegarían a formalizarse en una familia, decidió pedirle al bailarín que se casara con ella para así poder obtener el permiso de salida de la isla-prisión en la que se había convertido Cuba. El plan fue aprobado por el primo Pedrín, a sabiendas de que era la gran oportunidad para que su amada saliera del infierno, con la esperanza de reunirse con ella en un futuro no-muy-lejano. El acuerdo era que una vez que el primo llegara a Honduras, se produciría el divorcio y la boda… un arreglo, por cierto, que llegó a hacerse muy popular en la Cuba de los Castro.
La joven casó con el bailarín, salió de Cuba hacia Honduras y allá, no se sabe cómo, salió embarazada y tuvo gemelas. Unos aseguran que las gemelas salieron “en vientre” de Cuba, gracias a los buenos oficios de Pedrín. Otros… que el tal bailarín no era muy gay que digamos. Las peores lenguas aseguraron que, una vez en Honduras, la bella mulata se consiguió un amante. La verdad-verdadera jamás se sabrá.
Lo cierto es que pasaron los años y los años y comenzando la década de los ochenta, los padres de Pedrín murieron dejando al primo en libertad para abandonar la isla. Unos años más tarde, Pedrin logró “la visa” para emigrar y llegó, al fin, a Honduras.
Pedrín había nacido en el mismo año de su primo, mi padre: 1919, por lo que tenía unos 60 años de edad para cuando llegó a tierras hondureñas.
Por cartas que nos llegaron a Venezuela, supimos que el encuentro de Pedrín con su siempre-amada mulata fue inenarrable: pero imaginable. Había transcurrido una década de separación física. El amor perduró a través de la correspondencia y de ocasionales llamadas telefónicas, cuando “las condiciones” las permitieron. De haber sido Pedrín el padre de las gemelas, nos imaginamos la emoción del encuentro… por parte y parte.
El bailarín, entrado ya en años, estaba retirado y la familia era mantenida por la cubana, quien trabajaba en una hacienda arrocera, propiedad de unos cubanos de Cienfuegos (nuestro pueblo natal) de apellido Cacicedo, en San Pedro Sula.
Al mes de haber llegado Pedrín a Honduras, le comenzaron unos fuertes dolores abdominales. Se descubrió que había salido de Cuba con un avanzado cáncer terminal de hígado, que se lo llevó en dos meses. Mientras tanto, el bailarín retirado – en Hoduras – se había convertido en su enfermero.
Historias como las del primo Pedrín sobran en la tragedia cubana, como sobrarán… muy pronto, en la tragedia venezolana. Siendo cubano y habiendo crecido escuchando tantas historias de dolor, he venido sugiriéndoles a los venezolanos alternativas para evitar su repetición.
Que conste: el drama del primo Pedrín no es de los peores. Hay padres que enviaron a sus hijos, de entre 6 y 16 años al exilio para sacarlos del infierno castro-estalinistas en lo que luego se conoció como la “Operación Pedro Pan”. Aquellos padres (entre ellos mi tío-padrino) montaron a sus pequeños hijos en un avión y los enviaron a Miami, donde la iglesia católica los recibió y los distribuyó a lo largo y ancho del territorio estadounidenses, en familias pudientes que se hacían cargos de ellos. En muchos casos pasaron décadas antes de que los padres cubanos se pudieran re-encontrar con sus hijos, con todo lo que eso significaba en las vidas de aquellos padres biológicos, de aquellos padres adoptivos y de aquellos hijos.
En el año 2003, desde Venezuela, un año antes de salir a mi exilio de Miami y a modo de alerta a los padres venezolanos, publiqué un ensayo titulado “Operación Juan Pan”… que vale la pena hoy, 16 años más tarde, lo lean.
Miami 6 de julio de 2019