Aborto-Tardío

Un día del año 1991, mi esposa Siomi (de 37 años) se presentó en mi oficina de El Rosal, en Caracas, con una “aterradora” noticia: ¡estaba ebarazada!  “¿Cómo?” grité yo.  “¡Estoy embarazada!”, respondió ella.

Hicimos un pacto de no decírselo a nadie.  Ya teníamos dos niños, María Carolina, de 15 años y Carlos Alberto: de 12.  Para entonces contaba ya con 41 años: ¡casi edad para ser abuelo!  “¡Nadie lo puede saber, Siomi! ¡Júramelo!”  ¿Qué pensaría la gente?  ¿Qué pensarían mis suegros, padres, amigos y vecinos?  “¡Ajá!”, ripostó Siomi: “¿cómo vamos a hacer para que nadie se entere?”  La verdad es que no pensé en ese “pequeño” detalle.

 

 

Por supuesto, el aborto estaba fuera de toda discusión.  En 1983, produje y conduje un programa en WAPA TV (Canal 4 de Puerto Rico), donde incluía temas controversiales.  Uno de esos temas fue el del aborto, práctica que para entonces ya era legal en la Isla del Ensueño y del Amor.

Fue grabando material para el tema del aborto que tuve que exponerme a lo que hoy llaman “aborto-tardío”, es decir un procedimiento llevado a cabo a partir de la semana 21 del embarazo, cuando ya la criatura pudiera sobrevivir (sin o con asistencia medica) fuera del útero de su madre.  Fue una experiencia absolutamente diferente a lo que conocemos como “curetaje”, una práctica “venial” del aborto: ¡aborto al fin!

 

 

Presencié y grabé el crudo asesinato de varios niños con más de 21 semanas de gestación.  La experiencia fue, sencillamente: ¡indescriptible! En uno de los casos tuvieron que ir cortando al niño, que sentía y padecía igual que quienes lo estaban mutilando, en pedazos para poderlo sacar del útero.  En otro de los casos, que también grabé, el niño pudo salir intacto, pero lo colocaron sobre una mesa de metal y le tiraron la placenta por encima, de manera que la criatura muriera ahogada.

Hasta esa terrible experiencia, el tema del aborto no me daba ni frío ni calor.  Era insensible ante una horrible realidad.  Claro que muchas de las tomas no pudieron salir al aire por su crudeza visual y emocional, pero me aseguré de – muy someramente – explicar los procedimientos y, en especial, el que se refería a los “abortos-tardíos”.  Aunque se suponía que, como periodista, tenía que ser imparcial, aquel segmento se convirtió en un grito en contra de la práctica del aborto: ¡desde el mismo momento de la concepción!  Fui, por cierto, muy criticado y el departamento de producción de WAPA me “llamó a capítulo”.  Estuve dispuesto a renunciar y en el siguiente programa, incrementé mis alertas en contra del aborto, siendo – esta vez – un poco más crudo y descriptivo.  Debo comentar que mis creencias religiosas o falta de ellas, no mediaron en mi posición intransigente en contra de tan abominable práctica infrahumana.

Entonces, cuando Siomi me dio la noticia de su preñez, el aborto no formaba parte, de ninguna manera, de nuestra opción, como tampoco darlo en adopción: ¡era nuestro hijo!  Bueeeeno: ¡nuestra hija!  Decidimos, en secreto, llamarla Verónica Alonso Etcheverry.  Pero continuamos con la complicidad del secreto.

 

 

Dr. Enrique (“Henry”) Wallis

Cuando muy pronto asimilamos el “tanganazo informático”, comenzamos a hacer nuestros planes para con Verónica.  Siomi pidió cita con su obstetra de toda una vida, el Dr. Henry Wallis, QEPD y comenzó a controlarse: ¡en secreto!

Un día, pasando cerca de la Clínica Leopoldo Aguerrevere, donde nacieron nuestros dos primeros hijos (luego tendríamos dos más), se me ocurrió pasar por la tienda de artículos para bebé.  Ya, por supuesto, sabíamos que se trataba de una niña.  En cuanto al nacimiento de una niña debo hacer un paréntesis.

Cuando en septiembre de 1976 Siomi dio a luz a María Carolina, el Dr. Wallis me llamó por teléfono del quirófano para felicitarme por la “tronco de hembrita” que nos había nacido. “¿Una niña?”, le pregunté a Wallis en tono un tanto decepcionado.  Esa niña fue una bendición de la vida.  Cuando nació Carlos Alberto, en 1979, el Dr. Wallis me volvió a llamar desde el quirófano para felicitarme por el “tronco de varón” que nos había nacido: “¿un varón?”, exclamé totalmente decepcionado.  ¡Yo apostaba por otra niña!

Esa otra niña estaba por nacer muy pronto y se llamaría Verónica: ¡le diríamos “Vero”!  Aprendería a montar caballo a los meses de nacida.  Viviría en el seno de una montaña mágica y rodeada de animales. Aprendería a nadar antes de cumplir el año… y tal vez sería pediatra.

El secreto duró lo que dura un merengue a las puertas de un colegio.  Un día reunimos a nuestros padres y les dimos la grata noticia.  El asombro se hizo presente, pero le dio paso a las felicitaciones.  Nuestros hijos se emocionaron y María Carolina lloró de la emoción.

Pero Verónica no nacería.  Faltando una semana para el parto, Siomi no la sentía.  La llevamos de emergencia a la clínica y el Dr. Wallis nos dio la fatídica noticia: ¡Verónica había muerto en vientre!

Después de lograr una mediana estabilidad emocional, llamé a la Funeraria Vallés para que fueran a buscar sus restos mortales.  Verónica sería enterrada junto a sus bisabuelos en el Cementerio del Este.  Pasé por la funeraria y escogí su féretro antes de llamar a la clínica para programar la entrega de su diminuto cuerpo.  Interesante… me preguntaba a quién se parecía.

Entonces se me terminó de derrumbar mi ya resquebrajado mundo cuando la clínica me informó que “los productos de la concepción” habían sido desechados entre otros “productos”.  “¿Cómo que desechados?”  Total que me informaron que Verónica había sido echada en un “contenedor” con los demás “productos” o despojos relativos a la materinad, cuyo contenido se llevó el IMAU (Instituto Municipal de Aseo Urbano).

Grité, maldije y se me salió “el Bustillo”.  Menos mal que recibí la infausta noticia por teléfono.  De haber estado presente: no sé qué hubiera hecho.  Pero, mal que bien, me repuse y llamé a mi amigo y abogado, el Dr. Juan Cancio Garantón Nicolai, a quién le eché el cuento.

El Dr. Garantón me garantizó que ganaría el caso, pero le puse dos condiciones.  La primera, que se afincara en la demanda y la segunda: ¡que jamás me dijera, de ganarla, cuánto nos dio la clínica!  No quería saber en cuántos bolívares habían valorada a Verónica y nuestro dolor como padres.

En efecto: ganamos el caso.  No hubo necesidad de demanda.  El Dr. Wallis, quien era uno de los accionistas de la Clínica Leopoldo Aguerrevere, fue nuestro mayor defensor.  El Dr. Garantón recibió la mayor suma jamás imaginada por él.  Incluso recibió más de lo que pidió.  Le hice hincapié en que dejara claro que no se trataba de “productos de la concepción”: ¡se trataba de Verónica Alonso Etcheverry! ¡Nuestra niña!

¿Qué hacer con tanto dinero?”, nos preguntamos Siomi y yo.  La respuesta nos las dio el Padre Cuenca, QEPD, el consultor espiritual de Siomi, quien nos había casado 17 años antes, un sacerdote cubano párroco de la Iglesia de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre en Caracas, la patrona de Cuba.

 

 

Nos habló de una fundación llamada “Provive”, a cargo de la Sra. Christine Vollmer, la cual se dedicaba, entre muchos otros programas, a buscarles  hogares de adopción a niños no deseados de madres solteras sin recursos económicos, evitando así la “necesidad” del aborto.

Por alguna razón que jamás entendí, no quise conocerla.  Envié a nuestro abogado con el cheque, el cual tuvo que volverse a hacer a nombre de “Provive” y le pedí que le advirtiera a la Sra. Vollmer que jamás nos informara del monto.   Así lo hizo.

Meses más tarde recibí a un mensajero de “Provive” con un voluminoso dossier contentivo de todos los programas que, gracias a Verónica, se llevarían a cabo a través de la mencionada fundación.  Fue un detalle muy bonito de la Sra. Christine y, además: ¡sanador!  Verónica no había muerto en vano y desde “el otro lugar” había ayudado a nacer a una cantidad indefinida de niños.  Tal vez, me convencí, algunos de ellos pudieron haber llegado a ser pediatras: ¡como “seguramente” lo hubiera sido “Vero”!

La historia no terminó allí, pero esta vez: ¡para bien!

Como nos habíamos “quedado picados”, buscamos un “reemplazo” y nos nació Alejandro Enrique.

Hago una pausa.  Verónica murió envenenada por sus propios fluidos, algo difícil de explicar y mucho más de entender.  El Dr. Wallis, en parte, se sintió culpable porque hubiera podido haber incrementado los controles: “¡pero para adivino… Dios!”

Cuando Siomi se enteró de que estaba en estado nuevamente, volvió a consultarse con Wallis y éste le confesó que tenía “sentimientos encontrados”.  “¡No, doctor.  Ud. será quien traiga al mundo a nuestro hijo!”  Esta vez se cumplieron, estrictamente, los “protocolos”.  Alejandro hubiera muerto como murió Verónica.  El Dr. Wallis le salvó la vida y no solo eso: le pusimos a nuestro hijo: ¡Alejandro ENRIQUE, en honor al Dr. Enrique (Henry) Wallis!  Eso nos terminó de curar a todos: a Siomi, a mí… ¡y al Dr. Wallis!  Quise pensar que algo tuvo que ver Verónica en esa sanación espiritual.

 

 

Carlos Alberto, Alejandro Enrique y María Carolina conociendo a Eduardo José

Pero Alejandro, hijo de viejos, se estaba criando muy consentido, entonces decidimos buscarle un hermanito… ¿o hermanita?  El 3 de enero de 1994 nació Eduardo José Alonso Etcheverry: ¡y ese sí fue el más consentido de todos!

 

 

A lo largo y ancho de mi azarosa vida he participado en conflictos armados en defensa de la libertad de varios pueblos, pero jamás he tenido la oportunidad de luchar, de igual manera, por la vida de millones y millones de niños que son eliminados de manera contumaz, pertinaz y legal, violándoles el derecho a nacer.

En Donald Trump, quien se había opuesto dramáticamente a la práctica del “aborto-tardío“, vi la posibilidad y la esperanza de una defensa radical en pro de la vida y debo decir que, al menos por ahora, me sentí un tanto decepcionado cuando tuvo que “claudicar” en un país que ha ofrendado las vidas de muchos jóvenes en guerras extraterritoriales, “claudicando” (por los motivos que fuesen) ante la guerra más importante en la que hemos debido participar.

Desde la administración Obama se había aceptado la abominable práctica del “aborto-tardío”.  La actual vicepresidente ha venido abogando por tal práctica desde que tenemos noción pública de ella.  Muchos, muchísimos sabíamos qué nos esperaba.  Lo sabía “El Pastor” (Mike Pence), quien abordó el tema de los “abortos-tardíos” ante la Kamala Harris en el único debate “vicepresidencial” que tuvieron el pasado año.  Y uno se pregunta: ¿qué clase de ser humano es aquel que aboga por destrozar o por dejar morir a un bebé que pudiera sobrevivir fuera del útero de su madre? ¿Qué grado de complicidad tiene aquel que apoya, promueve o vota por un político que se declara a favor del infrahumano “aborto-tardío“?

Sin olvidar temas tan escabrosos como la pedofilia y la posibilidad de su legalización a nivel nacional.  Sin menospreciar el desastre económico al que desde el primer día de Biden se comenzó a perfilar.  Sin dejar de sopesar toda la desgracia que Estados Unidos de América está a punto de sufrir, por encima de todos esos importantes tópicos, están las vidas de millones y millones de niños indefensos, muchos de los cuales tendrán que pasar por el atroz trauma del tristemente-conocido “Aborto-Tardío”.

Miami 25 de enero de 2021

Robert Alonso

Robert Alonso Presenta

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