Mario Iván Carratú Molina nació en Caracas en 1945, en la misma esquina donde naciera ocho años antes José Ignacio Cabrujas, de Poleo a Santa Bárbara, en su caso, “eso era parte de la parroquia La Pastora, una calle que ya desapareció, en una casita colonial, heredada por mi madre de mi abuelo, escasamente a 50 metros de la entrada principal del palacio de Miraflores. Un buen día el gobierno de Pérez Jiménez compró todas las casas de ese sector para tumbarlas y construir lo que después sería el palacio Blanco y el Regimiento de la Guardia de Honor. Nos mudamos de ahí cuando yo tenía 8 años.”
Desde finales del año pasado ha estado convocando junto a Alberto Franceschi a la conformación de UNO (Un Nuevo Orden) movimiento que ellos aseguran “nació para reconstruir la República y la Democracia de la mano de los ciudadanos.” Como dije en el primer párrafo estuvo al frente de la seguridad del presidente venezolano cuando el entonces teniente coronel Hugo Chávez intentó dar un golpe de estado que fracasó. En ese momento Carratú ya tenía casi dos años ejerciendo ese cargo y había sido testigo de excepción de innumerables situaciones poco edificantes, había aprendido en carne propia lo que es el poder. “Cuando yo veía todo aquello, me daba asco, tanta miseria junta no podía dejar de dar grima.”
En la pastoreña calle natal vivió y jugó junto a los hijos del general Araque, quien fue una alto funcionario del gobierno de Pérez Jiménez, también recuerda a la familia de Ramos Allup, la de los Jattar Doti, y muchos otros de origen libanés o sirio. Luego de la compra y demolición de la casa natal su familia se muda a Los Rosales. Su mamá era un ama de casa y su padre un exitoso zapatero, propietario de la zapatería Carratú, con la cual mantenía de manera holgada a sus seis hijos. Eran tiempos en los que un par de zapatos en la Rex costaba 5 bolívares y los que hacía su papá 60… “La zapatería quedaba de Piñango a Llaguno, lo que ahora es la Baralt, al lado del edificio Kolster, uno de los mejores de entonces, de los más modernos, ahí la tenía mi papá. Le iba muy bien, era un buen comerciante, le vendía a diputados, miembros del gobierno, generales, estaba muy bien ubicado en el comercio de los zapatos, que eran de muy buena calidad. Él tenía su taller de corte, los montadores de zapatos, las hormas, él dirigía todo el proceso. Yo iba mucho allá, porque era muy pegado a él, muy consentido de mi papá, lo acompañaba para todas partes. Ya nos mudamos a Los Rosales, avenida El Paseo, cerca de la clínica Atias.”
Cuando tenía 8 años pierde a su padre de manera trágica y su mamá tiene que hacerle frente a terminar de criar a los hijos. La zapatería debió ser vendida y al poco tiempo Mario Iván decide irse interno a un local educativo. “Me fui al liceo militar Mariscal de Ayacucho porque la situación en mi casa era un poco precaria, teníamos una buena calidad de vida porque mi mamá se preocupaba de todo lo que era la formación nuestra, de todo lo que era la parte del hogar pero yo veía que mis hermanos mayores estaban pidiendo otros gastos con los cuales mi mamá no podía cumplir. El Mariscal de Ayacucho quedaba en Catia, donde luego estuvo la Miguel Antonio Caro. Yo ingresé ahí a los 11 años de edad por voluntad propia, me fui interno. En aquel tiempo si a uno le decían te voy a internar eso era disuasivo para uno portarse distinto, pero yo me fui voluntario. Fue duro al principio, desprenderme de la familia, primero perder mi padre, después desprenderme de mi mamá fue duro. Pero son las circunstancias de la vida; cada persona tiene que arrastrar, arrancar y construir sobre lo que tiene, no sobre sueños ni sobre dadivas de otras personas, sino que uno tiene que hacerse su ruta, su rumbo.”
De su paso por el liceo militar le quedó el gusto por la Armada. “Me gustaban los barcos, el mar, y me fui a la Escuela Naval de Venezuela. Me gustaba la amplitud, me gustaba viajar, me gustaban los barcos, no solo el combate, era la curiosidad de cómo se manejaban, cómo se movían, cómo flotaban, se impulsaban, los comandantes en los puentes, los marineros en la borda, todo eso. Entré en la vieja Escuela Naval que quedaba la calle Los Baños, de Maiquetía, que funcionaba ahí desde 1938. Entramos 250 aspirantes en mi año, 1961, comenzaba la democracia. De esos 250 nos graduamos 30, se quedaron 220 en el camino, para que se hagan una idea del nivel de selectividad, selección y exigencia que había en la Escuela Naval para ese tiempo. Para ingresar necesité la firma de tres personas que me conocieran, no me pidieron carta por politicismo, en absoluto. Fueron 4 años de carrera, salí en el 65 como oficial de Alférez de Navío, y de esos 30, a almirantes llegamos 5 los almirantes Molleja Rodríguez, Martínez Medina, Ender Zambrano Morales, Sosa Larrazábal, sobrino de Wolfgang, y yo. De esos contraalmirantes solo yo asciendo a vicealmirante en julio del 92.” Pasó a retiro en 1995 con 30 años de servicios, de los cuales “estuve 18 años embarcado”.
Hizo innumerables cursos de especialización en el área naval, amén de una maestría en la Universidad de Monterrey, California, donde asistió becado por el plan de becas Mariscal de Ayacucho, para estudiar Análisis de sistemas y optimización; también cursó Estado Mayor en Italia, durante 18 meses, “y un periodo de 7 meses embarcado en las unidades navales italianas en el Mediterráneo, yo navegué por el Mediterráneo con la Sexta Flota, como fase práctica del curso de Estado Mayor. Siempre estuve vinculado a comunicaciones durante 18 años en los barcos, hasta que llegué al grado de Director de Comunicaciones Naval por 2 años.” También fue Director de Operaciones del Estado Mayor Naval, Director de la Escuela Naval de Venezuela, Jefe de la Casa Militar y Director del Instituto de Defensa Nacional, durante 3 años, “pero después el presidente Caldera me destituye y me saca del país. A mí me sorprendió muchísimo esa actitud de Caldera, fui a hablar con él en su despacho, no me explicaba por qué me destituía como Director del Instituto de Defensa, ese no era un puesto de comando militar, era importante pero no un puesto político, y llegó un punto donde le solté en su cara que era una factura porque él era un conspirador. Me sacó del país y me mandó para Washington 18 meses como agregado de Defensa. Al principio no me quería ir, menos mal que me fui porque me equilibré emocionalmente. Mi periodo en Miraflores y los meses siguientes fueron tremendamente terribles, estuve preso 8 meses, me acusaron de corrupción, me metió preso Caldera, por una trampa que me armaron José Vicente Rangel y el almirante Daniels y el general Ochoa Antich que era el ministro de la Defensa de Pérez, pero me tuvieron que soltar, y es cuando me destituyen para sacarme.”
Afirma que la inquina de Ochoa comenzó cuando delante de Carlos Andrés Pérez lo tildó de traidor. “Se lo dije: usted es un traidor ministro, usted es partícipe de este golpe. Eso me trajo esa factura pesada, y ese intento de señalarme como corrupto. Me defendí solo, no tenía abogado designado, los abogados militares nunca me apoyaron, ni el ministerio de la Defensa, ni el comando de la Armada nunca me apoyaron; una fiscal supo que me estaba perjudicando y me dijo: yo lo voy a ayudar a usted pero mi nombre que no aparezca. Ahora si puedo decir su nombre: la doctora Oporto. Esa señora sin yo conocerla me ubicó y me llamó: yo a usted lo voy a ayudar en toda la parte legal pero yo no aparezco, porque a usted lo están perjudicando y es un proceso político. Mis escritos y todas mis cuestiones las hacía con esa abogada. A mí me tenían preso en Fuerte Tiuna, y me escapaba de allá y me iba a hablar con ella y regresaba, yo agarraba mi carro y me iba. El ministro de la Defensa, me decía: ¿Tú te vas? SI, yo me voy, porque soy inocente, esta es una factura que me están pasando porque contribuí a salvar la democracia en el 92. No le decía para qué salía, pero lo hacía porque tenía que defenderme. Y nadie me tendia una mano porque la verdad es que el 4 de febrero de 1992, todo el mundo, todo el estamento militar, salvo contados casos, estaban en la conspiración, entonces yo era un enemigo. Luego Caldera me saca del país en mayo del 94 y un mes antes había puesto libre a Chávez y lo había perdonado. Le dije: ¿cómo es posible que usted me saque a mí que defendía la democracia y usted esté perdonando al golpista, al rebelde militar, al que viola la Constitución? Yo no lo entiendo presidente, usted es un conspirador. Me respondió que me iba a sacar del país. Yo salí del despacho y a los 50 metros me llamó el ministro: Te vas mañana del país. No me voy, me quedo. Pero mi familia me convenció que me fuera porque estaba retando al poder político del presidente Caldera. Y no puedo dejar de decir que en realidad yo me había enfrentado a una conspiración brutal de las Fuerzas Armadas, donde estaban los agentes de izquierda metidos, los medios de comunicación y grandes grupos económicos.”
“Sapore di Mare” – Los mejores mariscos y comida italiana en Miami
Haciendo gala de su bien ganada fama de hombre frontal y de pocos pelos en la lengua no duda en confesar que cuando llega a Miraflores al cargo de Casa Militar “yo no quería trabajar con el presidente Pérez, estamos hablando de 1990, yo era Director de la Escuela Naval, un cargo importantísimo en la Marina, porque le da a uno el vuelo para los grados superiores, y le da a uno el conocimiento y la potestad de introducir los cambios en la formación de los nuevos oficiales, yo venía de 18 años embarcado, tenía una gran experiencia en el campo naval, porque no todos los que se visten de blanco son marinos. Sólo el 20% de esos que tú ves de blanco son marinos, gente que navega, no burócratas; habían sido 18 años montado en un barco, 18 años lejos de tu casa, comiendo mal, durmiendo mal, un barco de guerra no tiene las comodidades de un trasatlántico, sin embargo me gustaba. A mí mi profesión siempre me gustó y no me arrepiento; y si vuelvo a nacer volvería a ser marino. Es cuando me designa el ministro de la Defensa y le digo: yo no quiero trabajar con el presidente Pérez, era ministro el general Filmo López Uzcategui, y Héctor Jurado Toro, que era Comandante de la Armada, me dicen: Carratú, vas a trabajar con el presidente Pérez. Les digo: no quiero trabajar con él. Bueno, díselo a él. Y el presidente Pérez me llama a su despacho, era el propio Pérez quien me había pedido para la Casa Militar. Yo no lo conocía, ni nunca había hablado con él, lo conocía como presidente, y ya. Voy a hablar con él y me recibe: “Caramba almirante, yo lo mando a llamar porque he visto su expediente, viene de la Flota, usted es formado en Estados Unidos y una carrera profesional con una trayectoria excelente como oficial, no tiene ninguna mancha en su expediente y quiero que usted me acompañe hasta que termine mi periodo.” Yo iba con la intención de decirle que no, y no quería porque estaba montado en la comidilla publica que hablaba mal del presidente, yo no lo conocía, solo me estaba guiando por los comentarios esos que había, estaba prejuiciado con esa basura que circula en la sociedad venezolana, en el boca a boca, chismografía, esa cantidad de cosas que nada tiene de cierto, con partículas de algunas cosas que ocurren, pero la certeza con que la gente habla, enfoca y califica no es. Aparte que su manera de ser, su actitud en el primer gobierno, siendo yo militar, no me caía, me caía más Caldera, lo veía mejor formado, mas académico, mas reposado, y me equivoqué. Me equivoqué con los dos: Caldera es un hombre que engañó y utilizó el poder para su beneficio, y Pérez con todos sus defectos utilizó el poder para ayudar, para construir otro país, y lo intentó en el segundo gobierno y no lo dejaron.”
Sigue sosteniendo 25 años más tarde que su intención siempre fue la de negarse a aceptar el cargo, pero una larga conversación con Pérez comenzó a hacerlo ver de otra manera. “Ya casi finalizando, él me dice: “le voy a pedir a usted antes de que usted decida que le pregunte a su esposa si ella acepta o no que usted venga para acá.” Le digo: no presidente, en mi carrera mi esposa nunca ha influido, han sido mis decisiones y la profesión es mía, yo no tengo nada que consultar con ella, yo le diré a ella después, y mire presidente acepto el cargo. “Muy bien, mañana recibe.” Me fui, le avisé a mi mamá y a mi señora. Al día siguiente ellas van cada una por su lado y cuando llega el momento de mi juramentación, que entramos al salón Pantano de Vargas, donde juramentan a los ministros y a las altas autoridades nacionales, un salón histórico destruido por los rebeldes el 4 de febrero, me llamó la atención que en la ceremonia, que era con el presidente, el secretario del consejo de ministros el jefe de la casa militar que me entregaba, el general González Beltrán, y mi persona, acompañado con mis dos invitados, había más de 200 personas en la ceremonia. Yo me dije: Coño, ¿y esta gente quién la invitó? Ahí supe lo que eran los clásicos oportunistas que llegaban al palacio de Miraflores a conocer los movimientos de allá, a ver cómo se meten, a ver cómo manipulan para mantenerse en el lobby político del Palacio, del poder. Pero más sorpresa tuve cuando llego a mi oficina por primera vez y la encuentro llena de regalos, pero ¡llena! no se podía caminar: cajas de champaña, cajas de vino, cajas de whisky, timones, flores, globos, pistolas, un sable español de esos de la época de la conquista, libros, frutas, ramos de rosas. Todos me sorprendieron porque a ninguno lo conocía, a ninguno, a ninguno; y al poco se me fueron presentando, me fueron llegando: ¿qué te pareció la pistola que te regalé? Yo no me quedé con ninguna de esas vainas, todo eso lo regalé, el whisky, estamos hablando de empresarios, políticos, periodistas importantes del país, como Omar Lares para decirte alguno, lo que te quiero significar es que el poder en Venezuela es ambicionado desde el chofer de una autoridad importante del Estado, su secretaria, un policía, un oficial, un general hasta los empresarios más importantes y los empresarios más millonarios que puede haber, todos quieren estar en el poder. Lo que digo lo hago con conocimiento de causas, yo era el encargado de la seguridad presidencial y la planificación interna y poco a poco logré ir ocupando espacios, espacios que no eran de la Casa Militar pero que el Presidente me los asignaba porque él sabía que se cumplía y se hacía como él quería. Yo coordinaba todo lo que eran las giras presidenciales, las visitas de los presidentes extranjeros, la cancillería iba a mi oficina, yo dirigía todo y todo salía perfecto porque el presidente Pérez no aceptaba errores. Además de eso era excesivamente puntual y no le gustaba la gente que yo llamaba la revoloteadora, que estaba girando, volando alrededor para que lo vieran o para aparecer en la foto. En las fotos importantes yo veía como Marcel Granier, Eladio Lares, Cisneros, se mataban por una foto al lado del presidente, ¡pero es que se mataban! Yo le cerré las puerta a Cisneros en una reunión con el Rey de España, privada, que se quería colear y le tuve que cerrar la puerta: Saque la pierna, no puede entrar. ¡A Cisneros! Al ministro de la defensa lo bajé del avión presidencial porque se coleó, ministros que se querían meter en el avión presidencial, esposas de ministros, esposas de gente importante. Me di cuenta en Miraflores que no hay ética ni hay solidez en las personas, todos son acomodaticios a las vueltas y triquiñuelas del poder por estar ahí, no porque se lo ganan o se lo merecen o tienen capacidad técnica, empresarial, política, militar, no. Es una suerte de gatear, brincar, pisotear a quien esté en el medio por llegar a la primera fila. Te pisotean a gente buena, a gente que vale, desplazan a los que son calificados. Ahí uno dice: coño si este es el poder ¿qué queda para el resto de los venezolanos? Y por eso estamos en esto.”
© Alfredo Cedeño
Marzo 2019